Bill Callahan: Todas las fases de Bill.

Madrid, 24 de febrero,

Supongamos que después de un día duro, qué digo, durísimo, consigues escaparte del trabajo, a duras penas, para asistir a un concierto. Supongamos que, además, es lunes, hace frío, llueve, hace frío, llueve otra vez, es lunes, y el espíritu, en coherencia con la meteorología, más que un refugio lo que busca es una coartada. Supongamos que al placer de empezar la noche con un colocón musical se le une la perspectiva de un reposo guerrero en el hombro de tu amada, sentada a tu lado. Y supongamos que el portentoso susurro cavernícola del cantante en el escenario, aparte de hosco, resulta coherente y confortable entre los anhelos que se agitan en las butacas del teatro en el que actúa. Un trovador enriquecido con guitarra, bajo, percusión y Apocalipsis.

Llevando hasta las últimas consecuencias el concepto de recital austero, Bill Callahan, maestro de las deshoras, se presentó petulante la otra noche en Madrid para deshojar casi al completo su último álbum, «Dream River«, más tres de «Apocalypse» y una de «Sometimes I wish we were an eagle«, de su última época como lobo estepario; una del repertorio de su etapa Smog y una versión del «Please send me someone to love» de Percy Mayfield, sin un atisbo del swing de laoriginal. Triturando los estados de ánimo laborales, Callahan zarandeó durante dos horas a la monotonía con más monotonía, aprovechando las distintas fases del éxtasis y la música en esa franja mágica que acerca el blues al chaos y el chaos a la seda. Pese a no ser jazz la propuesta de Callahan parece el jazz de la cosecha.

Porque las fases de Bill fueron también las de la luna, quisimos enfrentarnos, aguantando por momentos la respiración, a sus espirales sedantes que rozaban el paisaje imaginado de las pinturas de sus portadas y los sobresaltos del ruidismo de aceptación cotindieana, con tantas decepciones como obstáculos hay en una carretera en invierno. Excitados, sin una buena cerveza que llevarnos a la boca, la otra noche Bill también nos dio a probar las mieles de esa ironía polucionada capaz de erotizar a un muerto.

Y dimos las gracias a pesar de la verde.

Y del lunes.

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